El interés por conocer nuestras relaciones con la tierra atraviesa carreteras. Durante el viaje los paisajes, compañeros permanentes de las horas, van tejiendo esa imagen que en poco tiempo ya es memoria. El ánimo y las sensaciones de de esos días se enfrentan luego al avance del olvido. Quedaron como imágenes fugaces en la superficie la tela donde proyectaron la película. Posiblemente ha surgido algún sentido de pertenencia, incluso un afecto similar al que motiva el territorio en el que vives. Supongamos que dejamos de ser nómadas, las huellas de los sapiens dibujan un límite ambiguo entre los  intentos de civilización y la resistencia de lo no-humano. La materia y el espacio, inabarcables e infinitos tienen forma de montañas, suelos, horizontes, bosques, nubes. La contemplación aquí sitúa al individuo en continuo movimiento, similar al del veloz consumidor capaz de aprehender a las velocidades un carácter de región, según la agilidad del conductor y la velocidad del vehículo. La ventanilla con sus escenarios casi vacíos por completo compensa el inminente aburrimiento. Fuera de la ciudad parece haber pocos humanos, sólo hay sitios. El mundo de las ciudades parece estar lejos, habría que desviarse, buscar un pueblo de mujeres, hombres, niños. Éstas fotografías son la memoria de las autopistas yo cobarde, siempre con miedo a pisar la tierra e imaginar algún depredador de nuestra especie. Prefiero la seguridad de adentro, apenas ver de lejos el  espacio, el tiempo.